Muerte en Bailarines (Primera Parte)
Isadora Duncan, una de las bailarinas más fascinantes del mundo de la danza, murió en Niza el 14 de septiembre de 1927, a la edad de 49 años, de la forma más absurda que se haya podido imaginar: un enorme chal que llevaba puesto para cubrirse del frío se enredó con la rueda trasera de su auto en marcha, y la bailarina quedó con la nuca rota, estrangulada por su propio vestuario.
Esta es quizás la más trágica, entre tantas muertes repentinas que ha tenido la historia de la danza. Muchos bailarines murieron o quedaron reducidos al silencio por alguna enfermedad, cuando se encontraban en un buen momento de sus carreras profesionales.
Giuseppina Bozzachi estrenó la Swanilda del ballet Coppelia con ruidoso éxito el 25 de mayo de 1860, en la Ópera de París. Unos meses después llegó la guerra franco-prusiana y con ella el sitio a París. La Bozzachi no pudo soportar las privaciones y falleció víctima de una epidemia que azotó a la ciudad.
Harriet Smithson, bailarina y actriz irlandesa, primera esposa del músico francés Héctor Berilos, padeció una parálisis durante largos años y finalmente murió todavía joven, en Francia.
Dicen algunos historiadores que María Danílova, el primer nombre célebre de la danza rusa de escuela, fue engañada por Luis Duprot, quien había sido alumno de Augusto Vestir y maestro del teatro de los zares por los años 1800. Duprot fue partenaire de María Danílova en el pas de deux “Cupido y Psiquis”. María se enamoró de Duprot, que estaba casado con una actriz, pero fingió separarse de ella. El astuto maestro vivió un romance con María Danílova y terminado su contrato de trabajo en Rusia, se reunió con su legítima esposa llevándose las joyas de María. El matrimonio regreso a París, y cuentan los cronistas de la época que la pobre María Danílova murió de tristeza a los 17 años de edad.
Vaslav Nijinsky, el bailarín que extasiaba con sus saltos a los fanáticos del ballet a comienzos del siglo XX, y que le dio un verdadero lugar a la figura masculina en la danza, tuvo que retirarse del escenario con sólo 13 años de carrera artística, por los ataques de enajenación mental que sufría desde joven. Considerado uno de los “grandes monstruos de la danza”, Nijinsky estaba enfermo desde 1916 y se extinguió lentamente en un manicomio de Londres, donde murió en 1950, a la edad de 60 años.

Otro ejemplo más cercano en el tiempo, es el del bailarín José Neglia, quien falleció el 10 de octubre de 1971, junto a un grupo de sus compañeros del Teatro Colón de Buenos Aires, al precipitarse el avión en que viajaban sobre el Río de La Plata. Neglia había recibido el Premio Nijinsky en 1962, por su interpretación del ballet Icaro de Serge Lifar, y en 1968 fue distinguido con la Estrella de oro al Mejor Bailarín Internacional de Danza en París. José Neglia se había convertido en un virtuoso del ballet, que conquistó no sólo al público y la crítica de su país, sino también a grandes personalidades de la danza como Serge Lifar, quien lo catalogó como un artista extraordinario y un bailarín de elevación.
Entre los bailarines del Teatro Colón, víctimas de aquel fatal accidente aéreo, estuvieron Norma Fontela, Carlos Schiaffino, Rubén Estanca, Margarita Fernández, Sara Bochcovky, Antonio Zambrana, Marta Raspante y Carlos Santamaría. La revista argentina Obertura No. 27 publicó por aquellos días un comentario que afirmaba: “Su misión ha quedado truncada, pero esto no les resta ni su mérito ni su grandeza. No se sabe qué lamentar más, si los seres humanos o los artistas. Nuestro desangrado ballet nacional ha quedado desmembrado. Todos los honores y los homenajes que se les han tributado no nos consolarán de nuestra pérdida”.

Continuará...
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