sábado, 29 de enero de 2011

Del Libro Temas sobre la danza, Mercedes Borges Bartutis.


El Ballet Nacional de Cuba y el folclore africano
En el repertorio del Ballet Nacional de Cuba, el folclore africano ha tenido sus influencias, incluso desde las primeras presentaciones del Ballet Alicia Alonso, en los años 50. En aquella etapa aparecieron Lydia, de la propia Alicia, en 1951, y también en ese año se estrena Fiesta negra, de Enrique Martínez. Luego llegan Toque, de Ramiro Guerra, en 1952, y Songoro cosongo, de Cuca Martínez, en 1953.
Después de la reorganización del Ballet Nacional de Cuba, en 1959, aparecen nuevas coreografías que incursionan en el tema del folclore africano. Así aparece El güije, de Alberto Alonso, sobre textos de Nicolás Guillén, en 1967, Oshosi y el venado blanco, de Díaz Reyes, también en este año, Mestiza, de Lorenzo Monreal, en 1966, y La rumba, de Alberto Alonso, en el 68.
Personalmente pienso que la obra más representativa, de las coreografías del Ballet Nacional de Cuba, que tocan la temática africana, es El río y el bosque, de Alberto Méndez, la cual tuvo su estreno el 12 de mayo de 1973, en el Teatro Sauto de Matanzas. El río y el bosque está basada en la leyenda de Ochún y Oggún. La música es un diseño de sonorización de Félix Guerrero, sobre temas folclóricos y la voz de la soprano María Remolá. Esta obra obtuvo premio a la mejor coreografía moderna, en el VII Concurso Internacional de Ballet, de Varna, en el año 1974. En aquel entonces corrió por cuenta de María Elena Llorente y el propio Lázaro Carreño. El río y el bosque logra trasmitir la relación entre Ochún y Oggún, con el vocabulario del ballet clásico, sin abandonar los límites de la tradición y la veracidad de sus orígenes.
En el Ballet Nacional de Cuba surgieron otras coreografías, que de alguna manera incluían la temática africana, como fueron Criollos y Cecilia Valdés de Gustavo Herrera, Cimarrón y Rítmicas, de Iván Tenorio, Manita en el suelo, de Alberto Alonso, De las olas, de Gustavo Herrera y Alberto Méndez, entre otras.
En 1979, Alberto Méndez retoma el tema y crea la coreografía Estirpes Cubanas, con música de Jesús Ortega, sobre temas de Milán y cantos yorubas. En un momento protagónico de la coreografía aparecían Caridad Martínez y Andrés Williams, dos excelentes bailarines negros, que le daban la posibilidad a Alberto Méndez de explotar al máximo la plasticidad de sus cuerpos. Sin embargo, no siempre se pensó en que el bailarín negro pudiera enfrentar el ballet clásico de la misma forma que los bailarines blancos.
Ensayo del Río y el Bosque, de Alberto Méndez. En el salón: Lázaro Carreño, José Manuel Carreño y Ana Lobé.

lunes, 24 de enero de 2011

Del Libro Temas sobre la danza, Mercedes Borges Bartutis.

Influencias del Folclore Africano en la Danza Moderna Cubana

Es una frase común decir que en Cuba el que no tiene de congo, tiene de carabalí. Y es que casi todo lo que se genera dentro de la Isla, lleva el sello de eso que llamamos lo cubano, una especie de término raro, que muchos estudiosos han tratado de definir, pero que todo el mundo deja bien claro no tener la verdad absoluta sobre el tema.
Para lograr un acercamiento al término, prefiero citar las palabras del maestro Cintio Vitier:
Definir lo cubano consiste en ir descubriendo algo que sospechamos, pero cuya identidad desconocemos, algo que no tiene entidad fija, algo que ha sufrido un desarrollo y que es inseparable de sus diversas manifestaciones apreciable que no permite ir indicando algunos rasgos distintivos de nuestra actitud ante la Isla y el mundo. El método, necesariamente, tendrá que ser empírico.
Lo cubano se refleja, primero por la peculiaridad de la Naturaleza de la Isla, muy pronto frente a la naturaleza aparece el Carácter (el sabor de lo vernáculo, las costumbres, el tipicismo con todos peligros), más adentro comienza a brotar el sentimiento, se empiezan a oir las voces del Alma.
Finalmente, en algunos momentos excepcionales, se llega  a vislumbrar el reino del espíritu, el espíritu como sacrificio y como creación.
Lo cubano como hecho estético es preciso sentirlo o presentirlo, cobrando conciencia de su magia, de su azar y su deseo, tal vez de su destino.[1]
Los creadores cubanos, en su mayoría, han sentido la necesidad, de una forma u otra, de dejar constancia en su obra de nuestras ascendencias africanas. Esto ha sucedido en la literatura, en la música, en las artes plásticas, y la danza no escapa a ello. Por demás, la danza es probablemente la que más influencias haya tenido del folclore.
Los coreógrafos de nuestro país, han reflejado en sus obras, esa mezcla extraña, que llamamos lo cubano y que es muy difícil de definir, pero no de apreciar. En la danza y el ballet cubanos, existen ejemplos muy claros de cómo ha influido el folclore en lo coreógrafos de nuestro país.
Llevar el acontecer religioso a la escena, a través de la danza moderna y contemporánea y a través del ballet, implica una misión de mucha responsabilidad. Esto se traduce, en que un coreógrafo pretende darnos su visión de los orishas, por medio de su lenguaje, ya sea danza o ballet, y no siempre eso se logra de la mejor manera. Pero, en honor a la verdad, en Cuba existen algunos ejemplos que han tenido un éxito verdadero.
La creación artística inspirada en el leguaje folclórico nacional debe ser muy cuidadosa. El artista manipula la tradición folclórica de manera muy personal, la toma, la interpreta, y la recrea, para ofrecérsela al espectador. El éxito dependerá entonces, del talento individual del creador, pues éste podrá tomarse todas las libertades que desee, pero sin tergiversar las raíces folclóricas.[2]
En la cultura cubana existen nombres que utilizaron el folclore, con resultados excelentes: Caturla, Carpentier, Guillén, Lam, Mendive.
En la danza, el primer nombre que aparece es el de Ramiro Guerra, situado en el contexto de lo que fue, en 1959, el Conjunto del Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional, hoy Danza Contemporánea de Cuba.
En su primera etapa, aquella compañía no tenía bailarines con una técnica definida. Los bailarines que integraron aquel primer grupo poseían entrenamientos danzarios muy dispares, pero tenían como denominador común el más profundo deseo de bailar.
Hablar del elemento del folclore africano en Danza Contemporánea de Cuba, más que sus influencias, es necesario decir que el folclore fue una línea temática en el repertorio de esta compañía. Aquel primer Conjunto tuvo en sus funciones iniciales, los estrenos de coreografías creadas por Ramiro Guerra, como Mulato y Mambí, estrenadas ambas en 1960, y con muchos elementos de cubanía.
En la segunda temporada, de ese propio año 1960, se estrena El milagro de Anaquillé, también con crédito de Ramiro Guerra, y de la cual un crítico expresó:
Las imágenes plásticas de movimiento de El milagro de Anaquillé, recordaban nítidamente al cuadro La Jungla, de Wilfredo Lam, (…) entonces se mezclaban la violencia de la pintura de Lam, la violencia de la música popular cubana y la violencia de la danza que comenzaba a surgir.
Ramiro Guerra tenía sus antecedentes en la bailarina norteamericana Martha Graham, pero logró ser tan auténtico, que pudo imponer un sello propio a la danza moderna cubana. Fue por eso que cuando Ramiro presentó su grupo de bailarines en París, en 1961, el público francés entendió que aquella era una propuesta auténtica y diferente.
Con la asimilación, poco a poco, de una técnica de danza por parte de los bailarines y la llegada de otros elementos importantes al Conjunto, surgieron coreografías con el tema del folclore, pero ya con otra connotación. Suite Yoruba se estrena el 24 de junio de 1960. La prensa comentó que en esta obra Ramiro Guerra presentaba cuatro momentos de gran inspiración coreográfica. Suite Yoruba expresaba a través del lenguaje de la danza moderna toda la tradición africana y criolla.
En 1962, Suite Yoruba fue revalorizada por Ramiro Guerra, para hacer importante cambios, tanto en lo coreográfico como en la revisión del vestuario, que cambió totalmente su diseño. En esta segunda versión, Suite Yoruba presentaba un cuerpo de baile con movimientos de danza moderna, mientras que los solistas se movían en los códigos del folclore.
Estos cambios fueron a raíz de la realización del documental Historia de un ballet, dirigido por José Massip, y que hoy sigue siendo una de las obras más importantes de la documentalística cubana. En Historia de un ballet se dieron los matices y la transformación, de cómo se mueve un bailarín folclórico en un Wemilere, en el patio de un solar, y cómo se mueve un bailarín de danza, en el escenario de un teatro.
En esta misma línea de temática folclórica, aparecieron otras piezas: La Rebambarámbara (1961), Improntu negro (1963), Orfeo antillano (1964), Medea y los negreros (1968). En esta última coreografía el elemento del folclore africano era el personaje principal, y se dice que en medio de la obra, se bailaba hasta una makuta. Ramiro Guerra ha dicho que en Medea y los negreros hubo una utilización de una gran multiplicidad de estilos, los estilos arcaicos y los que había desarrollado en su técnica de cubana, además el folclore apareció, a veces bastante puro, y otras más elaborado.
La década de los años 70 se inaugura en la compañía, con el estreno de dos obras determinantes: Okantomí, en el propio año 70, y Súlkary, en el 71. Estas dos coreografías pertenecen al entonces bailarín Eduardo Rivero, quien es hoy director de Danza Teatro del Caribe. Comenzaba otra etapa en el, entonces, Conjunto Nacional de Danza Moderna, los alumnos de Ramiro Guerra tomaban sus propios caminos y el folclore aparecía elaborado de otra manera, logrando momentos de plasticidad alucinantes.
Súlkary es una coreografía de cita obligada en cualquier reseña histórica de danza cubana. Parafraseando al sabio maestro Orlando Suárez Tajonera, Súlkary es de esas coreografías que es preciso mirar, más que con ojos físicos, con ojos espirituales.
Surgieron, en la danza cubana, otras coreografías también en los años 70, que tocaban el tema del folclore africano. En 1976, Víctor Cuéllar estrenó Iroko, el mito de la Ceiba. Esta obra tenía un libreto a cuatro manos, escrito por Cuéllar y Nelson Dorr, la música era de Leo Brouwer y Sergio Vitier, los textos de Nicolás Guillén basados en poesía anónima africana. En su sinopsis Iroko, el mito de la Ceiba decía: “Y que la Ceiba pueda cortarse, si fuera necesario, sin que el hombre que lo haga fuera perjudicado adicional”. Ese era el objetivo fundamental de aquella obra, hacer reflexionar sobre este enmarañado y oscuro fenómeno, creado acerca de los misterios y poderes de la Ceiba.
En esa misma línea, con temática africana, aparece Paso para tres Eleguas, de Hedí Veitía en 1978; Ómnira de Eduardo Rivero en el 79; Íreme de Isidro Rolando también en 79; mientras que 1980 se abre con una larga lista: Makandal y Paulina y Solimán, de Manuel Vázquez, Marina, de Nery Fernández, Nada nuevo, de Guido González del Valle, y Mariana, de Marianela Boán. En 1984 surge Rey de reyes, de Nereida Doncell, en 1989 aparecen Zodíaco antillano, de Isidro Rolando, y Pájaro dorado, de Nereida Doncell. En 1996, el tema reaparece, después de algunos años, con la coreografía Enjambre, de Luz María Collazo, y luego prácticamente desaparece del repertorio de Danza Contemporánea de Cuba.
Pero una pieza indispensable, en la puesta en escena de la mayoría de estas producciones, fue la participación de la Orquesta de Percusión de la compañía. En un inicio esta agrupación se creó con el propósito de acompañar clases de técnica de danza moderna, además de ser el soporte musical de obras que tenían como tema central el folclore africano. En sus comienzos se nombró Isupo-Arawo, y en 1974 se constituye oficialmente como Orquesta de Percusión, de la entonces Danza Nacional de Cuba.
La Orquesta tocaba en vivo en las funciones y era un verdadero espectáculo. Tuvo participación en obras como apoyo sonoro, aunque no tuvieran temática afrocubana, como es el caso de Elaboración técnica, de Arnaldo Paterson, Génesis para un carnaval, de Narciso Medina, y Escena para bailarines (Fausto), de Víctor Cuéllar. Por otro lado, la Orquesta también ofreció recitales importantes como fueron Mabbgué, en 1989, y Raíces, en 1993. Lamentablemente, la Orquesta se perdió y hoy solo quedan algunos músicos que sirven de soporte a las clases de técnica de la danza moderna, que aún se imparten en la compañía.




[1] Vitier, Cintio: Lo cubano en la poesía, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980.
[2] Guerra, Ramiro: Teatralización del Folklore, Editorial Letras Cubanas, La Habana, …


 

 


jueves, 13 de enero de 2011

Danza y Video en La Habana


La Compañía Rosario Cárdenas invita, a su espacio habitual, Té-Danza- Video, con la proyección de las obras coreográficas: 
  a.. The Umbilical Brother, Speed Mouse, 2004, Estados Unidos. 1h 29min
  a.. Diqui James, Fuerza Bruta, 2005, Argentina. 31 minutos
Sábado 15 de enero a las 10.30am en la sede de la Compañía sita en Prado No. 111 e/
Genios y Refugio, Habana Vieja, con entrada libre para todos los interesados.
Té-Danza-Video: Proyección de materiales de danza contemporánea.
Encuentro con el quehacer danzario en un medio de esparcimiento y naturalidad.
Tiene lugar los terceros sábados de cada mes.
Compañía Rosario Cárdenas
Dirección General: Rosario Cárdenas
Sede: Centro de la Danza
Av. del Prado No. 111
e/ Genios y Refugio
La Habana Vieja
Telfs: (53 7) 8660806 - 8639131
Relaciones Públicas: Lic. Orlando Massanet
E-mail: payasin@cubarte.cult.cu
Telf: (53 7) 8338307


jueves, 6 de enero de 2011

Crónicas Guardadas

Muerte en Bailarines (Segunda Parte y Última)
En el siglo XX, un terrible castigo se convirtió en el enemigo número uno de la danza. Una cifra importante de víctimas ha cobrado el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, en bailarines y bailarinas, que pudieron tener carreras brillantes.
 Rudolf Nureyev murió a las 3:45 del miércoles 6 de enero de 1993, después de dos días en estado de coma. Era la Navidad rusa y la fiesta cristiana de la Epifanía. Nureyev murió en Francia, donde se desempeñó, en los últimos años de su vida, como el director del Ballet de Ópera de París. En el libro titulado Nureyev. La biografía, de Meter Watson, se dice:
“Las fotos de Rudolf subrayaban el alcance del SIDA, su tenacidad, el hecho de que esa epidemia no podía ignorarse. Nureyev había dedicado su existencia al logro de la belleza física, había sido uno de los hombres más hermosos de su época y concebiblemente el mejor bailarín de todos los tiempos. Que él se hallara enfermo resultaba trágico más allá de toda medida”.
Pero antes de la muerte de Nureyev, la lista de bailarines o personas vinculadas con el mundo del ballet, fallecidos a causa del SIDA, es extensa. El 9 de mayo de 1987, Robert Jacobson, editor de Ballet News murió de SIDA, a los 46 años. Esta revista había respaldado a Nureyev de forma permanente en toda su carrera. En ese mismo año, el 2 de julio, Michael Bennett, director y coreógrafo del éxito musical de Broadway A chorus line, murió también de SIDA, a los 44 años.
En 1989, otras tres figuras importantes del ballet murieron por esta misma causa: Arnie Zane, bailarín y coreógrafo, a los 39 años; Gregory Fuman a los 35; y Robert Joffrey, fundador y director del Joffrey Ballet, a los 59. Este último había creado, junto a Gerald Arpino, una de las compañías más prestigiosas de los Estados Unidos, que todavía hoy se mantiene con su nombre y radica en la ciudad de Chicago.
La última década del siglo XX agudizó la situación de los bailarines y el SIDA: el 5 de enero, Ian Horvanth, fundador del Ballet de Cleveland y ex solista del Joffrey Ballet, murió a los 46 años; el 2 de junio de ese propio año 1990, Demian Acquavella, bailarín independiente de Nueva York, falleció a los 32; un año después, el 13 de febrero, Burton Taylor, ex primer bailarín del Joffrey Ballet y coeditor de la revista Dance Magazine, murió a los 47; y dos días después Paul Russell, bailarín principal del Dance Theatre of Harlem y el San Francisco Ballet fue víctima del SIDA, a los 43 años. El 8 de marzo, también de 1991 Edward Stierle, primer bailarín del Joffrey Ballet murió con sólo 23 años de edad.
El 28 de enero de 1992, Clark Tippet, coreógrafo y bailarín principal del American Ballet Theatre de Nueva York, murió de SIDA. Tenía 57 años. El 24 de febrero, John Wilson, bailarín fundador del Joffrey Ballet, murió a los 64 años, por la misma causa. En otra parte del mundo, el argentino Jorge Donn, una de las figuras más bellas que ha tenido la danza masculina de todos los tiempos, y uno de los bailarines estrellas de la compañía de Maurice Bejart, murió en París el 30 de noviembre de 1992, a los 45 años.
Justo por esa fecha, Rudolf Nureyev estaba pasando por los peores momentos de la enfermedad. Rudolf supo que era VIH positivo en 1984, y desde ese momento se sometió a un tratamiento médico riguroso. Se mantuvo bailando intensamente durante los años siguientes. Aunque había logrado una fortuna considerable, trabajaba intensamente. Nureyev llevaba una vida promiscua y no supo tomar medidas a tiempo. Durante todo el año 1992 su estado de salud era cada vez peor. Ya en diciembre Rudolf Nureyev era una persona prácticamente destruida. En su biografía, Peter Watson señala:
“Al contrario de Margarita Gautier, o Margot Fonteyn, su fin fue apacible. Según expresó Michel Canesi, su médico personal (…) No se quejó. Desde luego, como una de las pocas personas que ha vivido la vida a pleno, que con sus dotes técnicas y su carisma dramático tal vez conmovió a más gente que nadie de su generación; que bailó casi todos los días de su vida; que amó hombres y mujeres, que a su vez lo amaron; que se sentó en la Oficinal Oval y frecuento The Avil; cuyos amigos incluían tanto deshollinadores españoles como a Jacqueline Onassis; que siguió siendo fiel en grado sumo a su propio temperamento; que fue un rostro conocido y sin embargo un extranjero en su propio mundo privado; cuya llama virginal permaneció intacta durante más de medio siglo, ¿de qué podía quejarse?”
Después de la muerte de Rodolf Nureyev en 1993, la lista de bailarines fallecidos a causa del SIDA continúa siendo extensa. Hablar del tema y su situación en el nuevo siglo necesita un análisis más detenido.
La fortuna de Rudolf Nureyev dejó está estimada entre 33 y 40 millones de dólares. Con ella se crearon, por voluntad del bailarín, dos fundaciones que llevan su nombre: una en Francia y otra en los Estados Unidos. Estas instituciones tienen como fin respaldar las carreras de jóvenes bailarines, así como financiar investigaciones científicas y médicas no especificadas, además de mantener vivo el nombre de Rudolf Nureyev, quizás el bailarín más famoso y carismático todo el siglo XX.
Ver variación de El lago de los cisnes en el siguiente enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=17Ak4MGYMvw&feature=related

miércoles, 5 de enero de 2011

Crónicas Guardadas


Muerte en Bailarines (Primera Parte) 
Isadora Duncan, una de las bailarinas más fascinantes del mundo de la danza, murió en Niza el 14 de septiembre de 1927, a la edad de 49 años, de la forma más absurda que se haya podido imaginar: un enorme chal que llevaba puesto para cubrirse del frío se enredó con la rueda trasera de su auto en marcha, y la bailarina quedó con la nuca rota, estrangulada por su propio vestuario.

Esta es quizás la más trágica, entre tantas muertes repentinas que ha tenido la historia de la danza. Muchos bailarines murieron o quedaron reducidos al silencio por alguna enfermedad, cuando se encontraban en un buen momento de sus carreras profesionales.

Giuseppina Bozzachi estrenó la Swanilda del ballet Coppelia con ruidoso éxito el 25 de mayo de 1860, en la Ópera de París. Unos meses después llegó la guerra franco-prusiana y con ella el sitio a París. La Bozzachi no pudo soportar las privaciones y falleció víctima de una epidemia que azotó a la ciudad.

Harriet Smithson, bailarina y actriz irlandesa, primera esposa del músico francés Héctor Berilos, padeció una parálisis durante largos años y finalmente murió todavía joven, en Francia.
Dicen algunos historiadores que María Danílova, el primer nombre célebre de la danza rusa de escuela, fue engañada por Luis Duprot, quien había sido alumno de Augusto Vestir y maestro del teatro de los zares por los años 1800. Duprot fue partenaire de María Danílova en el pas de deux “Cupido y Psiquis”.  María se enamoró de Duprot, que estaba casado con una actriz, pero fingió separarse de ella. El astuto maestro vivió un romance con María Danílova y terminado su contrato de trabajo en Rusia, se reunió con su legítima esposa llevándose las joyas de María. El matrimonio regreso a París, y cuentan los cronistas de la época que la pobre María Danílova murió de tristeza a los 17 años de edad.

Vaslav Nijinsky, el bailarín que extasiaba con sus saltos a los fanáticos del ballet a comienzos del siglo XX, y que le dio un verdadero lugar a la figura masculina en la danza, tuvo que retirarse del escenario con sólo 13 años de carrera artística, por los ataques de enajenación mental que sufría desde joven. Considerado uno de los “grandes monstruos de la danza”, Nijinsky estaba enfermo desde 1916 y se extinguió lentamente en un manicomio de Londres, donde murió en 1950, a la edad de 60 años. 

Emma Livry, heredera del más rancio romanticismo y a quien María Taglioni –bailarina que consagró el baile de puntas–, había tomado como única discípula, vio tronchado su porvenir al morir quemada a la edad de 21 años. Recoge la historia que, durante un ensayo en el teatro, el atuendo de gasa que llevaba puesto rozó las candilejas y la desgraciada muchacha murió después de seis meses de horribles sufrimientos. Afirman algunos cronistas que unos días antes del fatal accidente, al terminar de leer el argumento de una obra patética, donde la protagonista ardía viva, Emma Livry le dijo a su madre: “Morir quemada ha de hacer sufrir mucho. Pero no importa, es una hermosa muerte para una bailarina”. Emma Livry no sospechó nunca que la vida le tenía reservada, justo a ella, una muerte tan singular.

Otro ejemplo más cercano en el tiempo, es el del bailarín José Neglia, quien falleció el 10 de octubre de 1971, junto a un grupo de sus compañeros del Teatro Colón de Buenos Aires, al precipitarse el avión en que viajaban sobre el Río de La Plata. Neglia había recibido el Premio Nijinsky en 1962, por su interpretación del ballet Icaro de Serge Lifar, y en 1968 fue distinguido con la Estrella de oro al Mejor Bailarín Internacional de Danza en París. José Neglia se había convertido en un virtuoso del ballet, que conquistó no sólo al público y la crítica de su país, sino también a grandes personalidades de la danza como Serge Lifar, quien lo catalogó como un artista extraordinario y un bailarín de elevación. Entre los bailarines del Teatro Colón, víctimas de aquel fatal accidente aéreo, estuvieron Norma Fontela, Carlos Schiaffino, Rubén Estanca, Margarita Fernández, Sara Bochcovky, Antonio Zambrana, Marta Raspante y Carlos Santamaría. La revista argentina Obertura No. 27 publicó por aquellos días un comentario que afirmaba: “Su misión ha quedado truncada, pero esto no les resta ni su mérito ni su grandeza. No se sabe qué lamentar más, si los seres humanos o los artistas. Nuestro desangrado ballet nacional ha quedado desmembrado. Todos los honores y los homenajes que se les han tributado no nos consolarán de nuestra pérdida”.

Continuará...

domingo, 2 de enero de 2011

Crónicas Guardadas


El caso de las bailarinas zurdas
Svetlana Ballester impartiendo clases
 ¿Se ha preguntado cuáles son los desvelos y tormentos de una bailarina zurda en una compañía de ballet?
El público que no asiste de forma habitual a las temporadas de los grandes clásicos, no distingue la diferencia entre una bailarina derecha y una bailarina zurda en el escenario. 
                                                                                                
                                                                                                                                                          
Pero los balletómanos reconocen rápidamente a una bailarina zurda en el escenario, porque al ver tantas funciones  iguales en cuanto a diseño coreográfico, el simple cambio de la dirección de una diagonal importante, por supuesto que llama la atención.
En al vida cotidiana realizamos los movimientos de rutina con la mano que tenemos más destreza y es mayor el porcentaje de personas que utilizan su mano derecha, que las que se valen de su mano izquierda. La diferencia es abismal, incluso los significados de estas dos direcciones son totalmente opuestos.
El adjetivo diestro, según el diccionario significa, derecho, mano diestra, hábil, sagaz. Por el contrario, el adjetivo siniestro significa izquierdo, lado siniestro, perverso, infeliz, funesto, incluso se utiliza para sustituir palabras como incendio y hasta catástrofe.
La gran mayoría de las bailarinas giran con más precisión para su lado derecho, porque es el lado que les ofrece mayor seguridad. En el argot del ballet se le llama el lado bueno, de ahí que las bailarinas en esa dirección puedan realizar mejor cualquier movimiento: un giro, un salto, la elevación de una pierna. Para el lado malo, es decir el contrario, el movimiento no sale tan virtuoso.
Por supuesto, hay bailarinas que pueden hacer cualquier movimiento para los lados y eso depende de la formación que hayan tenido en su aprendizaje de la técnica de ballet.
Pero las bailarinas zurdas, definitivamente, sufren lo indecible a la hora de bailar una coreografía, para la cual nunca las tuvieron en cuenta. En Cuba han existido algunos casos interesantes de bailarinas zurdas.


Josefina Méndez. La muerte del cisne.
Josefina Méndez, una de las cuatro joyas del ballet, en los inicios de su carrera giraba para la izquierda pero terminó haciendo las cosas para la derecha. La primera bailarina cubana que impuso las reglas del juego fue Svetlana Ballester, excelente intérprete quien en 1987 obtuvo Medalla de Bronce en el Concurso Internacional de Ballet de Nueva York. Para defender su posición, en el Ballet Nacional de Cuba, ante una legión de bailarinas diestras, Svetlana Ballester realizó algunos cambios a las versiones de los grandes clásicos, haciendo las evoluciones más difíciles para la izquierda. Cambió la dirección de la diagonal de la escena de los toreros en el primer acto del ballet Don Quijote, y también hizo diferente los fouettés del ballet Majísimo de Jorge García, entre otras muchas variaciones.
La otra bailarina zurda que ha impuso su sello en el Ballet Nacional de Cuba fue Galina Álvarez. Esta señora fue primera bailarina de la compañía y logró una madurez artística plena, demostrando ser un intérprete inteligente, audaz y de mucha entrega. Sobre este particular de las bailarinas zurdas Galina reflexionaba:
                                                                                                       
                                                                                                                           Galina Álvarez  en Giselle
"Insisto en seguir haciendo las cosas para la zurda, porque nací así y tengo esa facilidad, además pienso que no tengo por qué cambiarla. El ballet es un arte muy difícil y uno tiene que salir al escenario segura. Mientras pueda cambiar algunas cosas, lo haré. Lo otro lo seguiré haciendo lo mejor posible para la derecha, como lo he hecho hasta ahora. Por supuesto, sólo cambio las cosas para izquierda cuando no implica a nadie en el escenario, cuando estoy sola haciendo una variación. Si tengo que hacer una diagonal con el cuerpo de baile, no la cambio.

                                                           
                                                                            
Lo cierto es que hay que estar en la piel de una bailarina zurda para saber lo difícil que se torna ejecutar pasos y diseños coreográficos, pensados exclusivamente para ejecutantes derechas.
Cuando comencé a realizar mis roles como solista en el Ballet Nacional de Cuba, sí pasaba mucho trabajo. En la Swanilda del ballet Coppelia, por ejemplo, la primera variación, el vals, es uno de los momentos más difíciles del ballet completo, porque sales de la casita a hacer una diagonal complicada, que incluso a las bailarinas diestras les cuesta trabajo, imagínate a mí que soy zurda. Además, hay todo un trabajo de pantomima hacia la casa donde está la muñeca. Son cosas que no puedes cambiar. Pero yo logré hacerlos a base de esfuerzos, y sé que tengo que colocarme mejor, tengo que estudiarlo más que otras muchachas, que tienen a su favor ser derechas. Pero eso me ha servido mucho, porque he logrado dominar los dos lados.
         Junio de 1998