jueves, 6 de enero de 2011

Crónicas Guardadas

Muerte en Bailarines (Segunda Parte y Última)
En el siglo XX, un terrible castigo se convirtió en el enemigo número uno de la danza. Una cifra importante de víctimas ha cobrado el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, en bailarines y bailarinas, que pudieron tener carreras brillantes.
 Rudolf Nureyev murió a las 3:45 del miércoles 6 de enero de 1993, después de dos días en estado de coma. Era la Navidad rusa y la fiesta cristiana de la Epifanía. Nureyev murió en Francia, donde se desempeñó, en los últimos años de su vida, como el director del Ballet de Ópera de París. En el libro titulado Nureyev. La biografía, de Meter Watson, se dice:
“Las fotos de Rudolf subrayaban el alcance del SIDA, su tenacidad, el hecho de que esa epidemia no podía ignorarse. Nureyev había dedicado su existencia al logro de la belleza física, había sido uno de los hombres más hermosos de su época y concebiblemente el mejor bailarín de todos los tiempos. Que él se hallara enfermo resultaba trágico más allá de toda medida”.
Pero antes de la muerte de Nureyev, la lista de bailarines o personas vinculadas con el mundo del ballet, fallecidos a causa del SIDA, es extensa. El 9 de mayo de 1987, Robert Jacobson, editor de Ballet News murió de SIDA, a los 46 años. Esta revista había respaldado a Nureyev de forma permanente en toda su carrera. En ese mismo año, el 2 de julio, Michael Bennett, director y coreógrafo del éxito musical de Broadway A chorus line, murió también de SIDA, a los 44 años.
En 1989, otras tres figuras importantes del ballet murieron por esta misma causa: Arnie Zane, bailarín y coreógrafo, a los 39 años; Gregory Fuman a los 35; y Robert Joffrey, fundador y director del Joffrey Ballet, a los 59. Este último había creado, junto a Gerald Arpino, una de las compañías más prestigiosas de los Estados Unidos, que todavía hoy se mantiene con su nombre y radica en la ciudad de Chicago.
La última década del siglo XX agudizó la situación de los bailarines y el SIDA: el 5 de enero, Ian Horvanth, fundador del Ballet de Cleveland y ex solista del Joffrey Ballet, murió a los 46 años; el 2 de junio de ese propio año 1990, Demian Acquavella, bailarín independiente de Nueva York, falleció a los 32; un año después, el 13 de febrero, Burton Taylor, ex primer bailarín del Joffrey Ballet y coeditor de la revista Dance Magazine, murió a los 47; y dos días después Paul Russell, bailarín principal del Dance Theatre of Harlem y el San Francisco Ballet fue víctima del SIDA, a los 43 años. El 8 de marzo, también de 1991 Edward Stierle, primer bailarín del Joffrey Ballet murió con sólo 23 años de edad.
El 28 de enero de 1992, Clark Tippet, coreógrafo y bailarín principal del American Ballet Theatre de Nueva York, murió de SIDA. Tenía 57 años. El 24 de febrero, John Wilson, bailarín fundador del Joffrey Ballet, murió a los 64 años, por la misma causa. En otra parte del mundo, el argentino Jorge Donn, una de las figuras más bellas que ha tenido la danza masculina de todos los tiempos, y uno de los bailarines estrellas de la compañía de Maurice Bejart, murió en París el 30 de noviembre de 1992, a los 45 años.
Justo por esa fecha, Rudolf Nureyev estaba pasando por los peores momentos de la enfermedad. Rudolf supo que era VIH positivo en 1984, y desde ese momento se sometió a un tratamiento médico riguroso. Se mantuvo bailando intensamente durante los años siguientes. Aunque había logrado una fortuna considerable, trabajaba intensamente. Nureyev llevaba una vida promiscua y no supo tomar medidas a tiempo. Durante todo el año 1992 su estado de salud era cada vez peor. Ya en diciembre Rudolf Nureyev era una persona prácticamente destruida. En su biografía, Peter Watson señala:
“Al contrario de Margarita Gautier, o Margot Fonteyn, su fin fue apacible. Según expresó Michel Canesi, su médico personal (…) No se quejó. Desde luego, como una de las pocas personas que ha vivido la vida a pleno, que con sus dotes técnicas y su carisma dramático tal vez conmovió a más gente que nadie de su generación; que bailó casi todos los días de su vida; que amó hombres y mujeres, que a su vez lo amaron; que se sentó en la Oficinal Oval y frecuento The Avil; cuyos amigos incluían tanto deshollinadores españoles como a Jacqueline Onassis; que siguió siendo fiel en grado sumo a su propio temperamento; que fue un rostro conocido y sin embargo un extranjero en su propio mundo privado; cuya llama virginal permaneció intacta durante más de medio siglo, ¿de qué podía quejarse?”
Después de la muerte de Rodolf Nureyev en 1993, la lista de bailarines fallecidos a causa del SIDA continúa siendo extensa. Hablar del tema y su situación en el nuevo siglo necesita un análisis más detenido.
La fortuna de Rudolf Nureyev dejó está estimada entre 33 y 40 millones de dólares. Con ella se crearon, por voluntad del bailarín, dos fundaciones que llevan su nombre: una en Francia y otra en los Estados Unidos. Estas instituciones tienen como fin respaldar las carreras de jóvenes bailarines, así como financiar investigaciones científicas y médicas no especificadas, además de mantener vivo el nombre de Rudolf Nureyev, quizás el bailarín más famoso y carismático todo el siglo XX.
Ver variación de El lago de los cisnes en el siguiente enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=17Ak4MGYMvw&feature=related

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